sábado, 26 de enero de 2008

Cómo ir al trabajo en Buenos Aires

Procuren llegar a la parada del colectivo a la hora acostumbrada. Para evitar gastos de energías innecesarios es preferible caminar directamente hasta la mitad de cuadra en lugar de la esquina y situarse detrás de la última persona de la fila. Saque el cartel de la mochila, bolso o morral que reza “Sí, señora, YO soy el último de la fila” y colóquenselo en la espalda con cinta de papel, así no hay que darse vuelta a explicarle a todas las mujeres de más de 60 años que somos los últimos de la cola. Esperar 19 minutos. Alegrarse con el punto de color que aparece en el horizonte con forma y color de la línea que solemos tomar, con la precaución de conocer con anterioridad algo de optimetría, colorímetria y Teoría del PixelArt (si es que algo así existe). De todas maneras, para evitarles tener que usar el Google, les cuento que es importante que recuerden que desde lejos, y más cuando estamos dormidos y tenemos la vista muy nublada, los colores y formas tienden a agruparse, provocando que TODO parezca lo mismo, o dicho de otra manera, las ansias por subirnos a cualquier cosa con cuatro ruedas que nos acerque a destino, nos hace ver lo que queremos y no lo que realmente es. Ahora sí, putear al camión que parecía colectivo.

Esperar 7 minutos a que otro punto de color se acerque lo suficiente como para comprender que sí es el colectivo que esperamos. Buscar con desesperación algún haz de luz que atraviese desde la luneta trasera del colectivo hasta la parte delantera para tener al menos por un momento la sensación de que queda aún espacio habitable a bordo. Intentar por todos los medios espantar la desesperación que se apodera de nuestras mentes y comenzar a caminar la larga procesión que nos espera hasta abordar el vehículo.

Pasar por delante de los 22 individuos que decidieron no abordar, con cara de superación, ocultando por todos los medios la resignación que habita en nuestras almas. Al llegar a unos dos metros del escalón de abordaje, inflar la espalda (usar la técnica que mas se adapte a nuestra contextura física) y abrir levemente los brazos para contener la horda de viejas desesperadas que luchan por intentar subirse al colectivo antes que el resto. Putearse con la vieja de la izquierda. Putearse con la vieja calva. Cuando el largo de nuestro brazo lo permita, tomar firmemente el pasamanos vertical que se encuentra al costado de la puerta como dando a entender que estamos dispuestos a abordar ese vehículo “a como dé lugar”. Empujar sutilmente pero con la convicción necesaria como para que las 4 personas que están luchando en el último escalón se den cuenta de que vas a subir. Puesto un pie en el escalón, gritar “Listooooo”.

Una vez que el colectivo arrancó, subir la mitad del cuerpo sobrante arriba del escalón COMO SEA, para procurar la buena salud. Exhalar todo el aire que se pueda de manera de reducir el volumen corporal en un 56% para meterse en el espacio que queda entre la puerta plegable y la densidad de materia que tenemos enfrente para que el chofer pueda cerrar la puerta. Hechar un vistazo alrededor y con calma y cierto regocijo, saborear esas caras de completa tristeza e impotencia de todos los que están en la misma situación que uno, sin olvidar tomarse unos minutos para envidiar sanamente a aquellos que una hora antes abordaron el colectivo en la cabecera y consiguieron asiento.

Presionar PLAY en el reproductor de MP3 y concentrarse en la melodía. No olvidar desconectar todas las funciones vitales necesarias como para permanecer en estado semi-teletubbie y dejarse arrastrar por la masa de gente a medida que el flujo de humanidad lo permita. Quitarse el auricular izquierdo e intentar deducir qué nos quiere decir la vieja que nos está hablando. Contestarle que no hay manera de que pase por donde intenta hacerlo. Insistir. Poner cara de pocos amigos. Colocarse el auricular nuevamente e ignorarla.

Si alguno tiene la suerte de encontrar enfrente de un asiento a punto de desocuparse, en el preciso instante en que se cae en la cuenta del sutil movimiento que indica que van a tomar las pertenencias para abandonar el puesto, trabar los músculos, sacar los dientes, aferrarse al piso y evitar POR TODOS LOS MEDIOS que las viejas que vienen empujando desde el fondo del colectivo ganen el lugar. Es cuestión de vida o muerte. De orgullo. Una vez que las viejas entendieron que no hay manera alguna de que puedan pasar por encima de tu cuerpo, cederle gentilmente el asiento a cualquier persona mayor que no haya demostrado ansia alguna de sentarse. Esto también corre para las embarazadas y personas con movilidad reducida en general.

Una vez superado el trance, esperar a que el colectivo arribe a destino. Diez minutos antes habremos tenido la precaución de comenzar a acercarnos hacia la salida. Para esto bastará con dar un pequeño caderazo a los que se encuentran alrededor nuestro, empujar la mochila quilométrica del escolar de turno, pasar por encima del bolso tamaño acorazado del electricista (o plomero), putear a la vieja que no se corre, perdón, pedir permiso (es que uno ya está sensible), esquivar los últimos tres jóvenes que como regla se agolpan en la parte trasera y preguntar a las 25 personas que están en el escalón si se van a bajar en la próxima parada.

Buscar con la vista (si las condiciones lo permiten) a la que afirma con la cabeza y seguirla de manera de eyectarse a tiempo antes que el chofer arranque con nuestro antebrazo aún sobre el vehículo.

Por último caminar las últimas 7 cuadras que nos separan de la oficina disfrutando de las últimas melodías que exhala nuestro playlist.

Al llegar a la oficina, quitarse el cartel de la espalda.

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